“…¡Pobre de mí si no proclamo el
Evangelio!” I Co 9,16
El celo por el evangelio, es el
fuego permanente e implacable que se apodera de nuestro corazón, y que busca incendiar
a los demás, después de haber tenido un encuentro personal con Jesús en nuestra
vida.
Este sentimiento se debe convertir
en una pasión y una necesaria obsesión para anunciar la persona, la vida y las
enseñanzas de Jesucristo como único y auténtico Salvador, a través de su
Palabra, sus obras y nuestro testimonio de vida.
San Pablo nos hace reflexionar de la
importancia de proclamar la Palabra de Dios a los que no la conocen, mediante
diversas preguntas en Rm 10, 13-17 : ¿Cómo invocar el nombre
del Señor sin haber creído en Él?, ¿Cómo creer en
Él sin haber oído hablar de Él?, ¿Cómo oír hablar de Él si no hay nadie que lo
proclame?, ¿Cómo proclamar al Señor si nadie es enviado?.
Es nuestra obligación proclamar a
los demás el mensaje cristiano de un Jesús vivo, resucitado y glorificado para
que por la fe nacida de esa proclamación se consiga la salvación.
No seamos egoístas con nuestros
hermanos que no conocen a Jesús, por el contrario, guiados por ese amor que
fluye de Él, y que ha sido derramado en nuestro corazón por obra del Espíritu Santo, brindémosle la misma oportunidad que tuvimos nosotros y
conduzcámosle ante su presencia, para que ellos también reciban su misericordia,
gracia y bendiciones, porque esa la voluntad de nuestro Padre Dios.
El anuncio de la Buena Nueva a los demás es un fiel testimonio de tu fe, que debes compartir y transmitir como una lámpara que se coloca sobre la mesa para que alumbre a todos.
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