domingo, 26 de julio de 2015

LAS OBRAS DE MISERICORDIA





Las obras de misericordia son las acciones caritativas, guiadas e inspiradas por Dios, a través de las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.

La palabra misericordia deriva de dos vocablos (miser : miseria, y cordia :corazón), es sentir compasión por las miserias y necesidades de los demás, y producto de esa compasión, ayudarlos o auxiliarlos.

En diversos pasajes, tanto  del Antiguo como del Nuevo Testamento, encontramos las sabias enseñanzas de Dios sobre las obras de misericordia,  entendidas como el amor al  prójimo, tal como podemos comprobar en los textos de Isaías 58,6-8; Mateo 5,7; 25,35-40; Lucas 10,25-37; etc.

Las obras de misericordia corporales comprenden: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar y cuidar a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los muertos.

Nuestro Señor Jesucristo, a través de la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-35), nos enseña  que el primer deber del cristiano es amar a Dios y al prójimo;  y que nuestra actitud debe asemejarse al del samaritano “Vete y haz tú lo mismo”; siendo   compasivos    con los hambrientos, los sedientos, los necesitados, los enfermos, los cautivos, pues en cada uno de ellos está presente el cuerpo doliente de Cristo; y nos promete que quien actúa como dispone el Señor vivirá para la vida eterna. El samaritano encuentra al hombre desnudo y lo viste, sediento   y  le  da de beber, herido y cura sus heridas, abandonado y lo lleva a una posada, donde se compromete a pagar lo que falte hasta su curación; a pesar de ser un desconocido.


Las obras de misericordia espirituales son : Dar buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al afligido, perdonar al que nos ofende y sufrir los defectos del prójimo.
En cada una de estas acciones debe prevalecer el amor que Jesús ha depositado en nuestro corazón, para que el consejo o la enseñanza nos una más a Dios, para que la corrección y el perdón tenga el amor fraternal, para que el consuelo que llevemos a los afligidos sea sincero, y sepamos ser pacientes y tolerantes con nuestro prójimo.

La   vida   eterna   que  nos ofrece nuestro Salvador la alcanzaremos poniendo en práctica las obras de misericordia, no solo por cumplir o quedar bien, sino guiados por el amor porque llevamos en nuestro corazón el sello del Espíritu Santo que nos hace reconocer que somos hijos de Dios, y hermanos con todos los demás.



lunes, 20 de julio de 2015

JESUCRISTO: LUZ DEL MUNDO




“Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas” (Juan 12,46)
Jesucristo es la Luz, que el mundo necesita con urgencia, para que nadie viva en las tinieblas; todo aquel  que  cree  en Él,  y lo sigue, no caminará en tinieblas, por el contrario tendrá luz y vida en abundancia.
El que va tras los pasos de Jesús, al recibir su luz también se transforma en un ser que  irradia luz y una vida nueva, que lo  aleja de las tinieblas del pecado, del temor, de la ceguera, y del peligro de las caídas o tropiezos.
Cuando vivimos haciendo su voluntad, el Señor nos invita a ser luz y sal del mundo, a ejemplo de Él, para iluminar con nuestro testimonio de vida a los demás, evitando que otros tropiecen, y ayudando a sazonar los diversos sinsabores que tendremos que experimentar en la vida. Solo siendo luz y sal seremos útiles, sino nos perderemos en el olvido y el suplicio eterno.
Viviendo en la Luz, con la Luz y por la Luz tendremos vida en abundancia, y la transmitiremos a los que nos rodean para que se abriguen, se iluminen,   y sientan el calor y el fuego ardiente del amor de Dios.
Alumbrar el camino de los demás no es una tarea fácil, pero es posible con la ayuda del Señor, que desea que toda la gente lleve encendida su luz, para que el mundo entero se ilumine, y las sombras desaparezcan.
Seamos luz para los demás, portémonos con hijos de la luz con “bondad, con justicia y según la verdad, pues ésos son los frutos de la luz” (Efesios 5,8-10), porque de esta manera estaremos agradando a Dios.