Las obras de misericordia son las
acciones caritativas, guiadas e inspiradas por Dios, a través de las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus
necesidades corporales y espirituales.
La palabra misericordia deriva de dos vocablos (miser : miseria, y cordia
:corazón), es sentir compasión por las miserias y necesidades de los demás, y
producto de esa compasión, ayudarlos o auxiliarlos.
En diversos pasajes, tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento, encontramos las sabias enseñanzas de Dios sobre las obras de
misericordia, entendidas como el amor al prójimo, tal como podemos comprobar en los textos de Isaías 58,6-8; Mateo 5,7;
25,35-40; Lucas 10,25-37; etc.
Las obras de misericordia corporales comprenden: Dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al
peregrino, visitar y cuidar a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a
los muertos.
Nuestro Señor Jesucristo, a través de la parábola del Buen
Samaritano (Lucas 10,25-35), nos
enseña que el primer deber del
cristiano es amar a Dios y al prójimo; y que nuestra actitud debe asemejarse al del samaritano
“Vete y haz tú lo mismo”; siendo compasivos
con los hambrientos, los sedientos, los
necesitados, los enfermos, los cautivos, pues en cada uno de ellos está
presente el cuerpo doliente de Cristo; y nos promete que quien actúa como
dispone el Señor vivirá para la vida eterna. El samaritano encuentra al hombre
desnudo y lo viste, sediento y le da de beber, herido y cura sus heridas, abandonado y lo lleva
a una posada, donde se compromete a pagar lo que falte hasta su curación; a
pesar de ser un desconocido.
Las obras de misericordia espirituales son : Dar buen consejo al que lo
necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al
afligido, perdonar al que nos ofende y sufrir los defectos del prójimo.
En cada una de estas acciones debe
prevalecer el amor que Jesús ha depositado en nuestro corazón, para que el
consejo o la enseñanza nos una más a Dios, para que la corrección y el perdón tenga
el amor fraternal, para que el consuelo que llevemos a los afligidos sea
sincero, y sepamos ser pacientes y tolerantes con nuestro prójimo.
La
vida eterna
que nos ofrece nuestro Salvador la alcanzaremos poniendo en práctica las obras
de misericordia, no solo por cumplir o quedar bien, sino guiados por el amor porque
llevamos en nuestro corazón el sello del Espíritu Santo que nos hace reconocer
que somos hijos de Dios, y hermanos con todos los demás.
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