“Ustedes son ahora sus hijos; por esta razón Dios mandó a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abba! o sea ¡Papito!” (Gálatas 4,6)
Dios es nuestro Padre y Creador. Es
hizo, hace y hará todo perfecto. Desde el inicio de su creación vio que todo lo
hacía era bueno, por ello quiso crear su obra suprema al final: el hombre. Somos
obra de sus divinas manos, su creación “…Yavé
formó al hombre con polvo de la tierra, y sopló en sus narices aliento de vida,
y existió el hombre con aliento y vida” ( Génesis 2,7); y en consecuencia, sus
hijos amados. Aún, el más pequeño de los hombres, es el más grande ante los ojos
de Dios, nuestro Padre, porque
en él, tiene puesta especialmente su mirada.
Somos de un gran valor ante sus
ojos, porque somos su máxima creación, nos hizo a su imagen y semejanza, y su
amor es tan grande que nos envió a su único Hijo Jesucristo para salvarnos y revelarnos el misterio del amor de Dios a los
hombres, y por Él conocimos que ese amor es eterno, gratuito, incondicional y
fiel.
Como somos muy valiosos para
nuestro Padre, Él nos cuida siempre y nos brinda todo lo que necesitamos para
vivir: el aire, el sol, el agua, los alimentos, el vestido, el trabajo,
nuestras familias, etc.
Nuestro Padre siempre nos acompaña
y está pendiente de nuestras necesidades, como sucedió cuando los israelitas padecían hambre
y sed en el desierto durante su peregrinaje a la liberación, y ante sus
clamores le envió maná, codornices, y abundante agua; y los acompañaba, durante
el día, como una nube en forma de columna, y en las noches como una columna de fuego.
En las tempestades y pruebas
(enfermedades tristeza, soledad, angustia, desgracia, etc.) no debemos
angustiarnos porque nuestro Padre no nos dejará solos, todo lo contrario estará
a nuestro lado amándonos, cuidándonos, hablándonos y abrazándonos a través de Jesús y su Santo Espíritu.
Demos gracias a Dios por habernos
creado, hecho sus hijos, y nombrarnos herederos de su Reino; vivamos su
amor con nuestra familia y nuestro prójimo haciendo siempre su voluntad y el bien, como
verdaderos hijos de Dios.
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